80 años del fin de la II Guerra Mundial: memoria, implicaciones y un camino hacia la paz

Liderazgo Anáhuac en Humanismo
El fin de la guerra, marcado por la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945 y la capitulación de Japón el 2 de septiembre del mismo año, dio paso a un nuevo orden mundial.
El 8 de mayo de 2025, se conmemoraron ocho décadas desde la conclusión de la II Guerra Mundial, un evento histórico que transformó radicalmente el rumbo de la humanidad. La derrota del fascismo y el nazismo, la creación de nuevas instituciones internacionales y la devastación causada por el conflicto siguen siendo temas centrales para entender el mundo actual. Recordar este momento no es solo un ejercicio de memoria histórica: es una oportunidad para reflexionar sobre las lecciones aprendidas, las heridas aún abiertas y, sobre todo, el imperativo de construir y mantener una cultura de paz.
La II Guerra Mundial (1939–1945) fue el conflicto bélico más grande y destructivo de la historia moderna. Involucró a más de 100 millones de personas de más de 30 países y dejó un saldo de al menos 70 millones de muertos, sin contar los millones de desplazados, las víctimas del holocausto y los enormes daños humanos, materiales y psicológicos.
El fin de la guerra, marcado por la rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945 y la capitulación de Japón el 2 de septiembre del mismo año, representó una victoria aliada que no solo detuvo los crímenes masivos del Tercer Reich, sino que dio paso a un nuevo orden mundial. De sus cenizas nacieron instituciones como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en un intento por evitar que un conflicto de tal magnitud volviera a repetirse.
A 80 años del fin del conflicto, muchas de las estructuras creadas en su nombre siguen vigentes, aunque con desafíos renovados. La ONU fue concebida para asegurar la paz y la cooperación internacional, sin embargo, hoy enfrenta críticas por su incapacidad de prevenir nuevas guerras, como las de Siria, Ucrania o Gaza. El Consejo de Seguridad, dominado por potencias con derecho a veto, refleja la lógica de poder de la posguerra, más que los principios democráticos o equitativos.
Además, el resurgimiento de nacionalismos radicales, discursos de odio, negacionismo histórico y revisionismo ideológico en distintas partes del mundo plantea una seria amenaza. El aprendizaje del pasado corre el riesgo de diluirse cuando generaciones jóvenes no acceden a una educación crítica sobre los horrores de la guerra, el genocidio y las consecuencias del autoritarismo.
A pesar de esto, hay logros indiscutibles: la integración europea es en sí misma un proyecto de paz nacido del deseo de evitar otra guerra en el continente. Alemania y Francia, enemigos históricos, hoy son socios estratégicos. Japón, devastado por dos bombas atómicas, se transformó en una potencia pacífica con un rol activo en la diplomacia global. Estos ejemplos muestran que sí es posible construir futuros distintos tras una catástrofe, siempre que exista voluntad política para ello.
Hoy más que nunca, recordar la II Guerra Mundial no debe quedarse en la solemnidad de los actos conmemorativos o en los monumentos. Su verdadero valor reside en la enseñanza que deja para la construcción de una cultura de paz, entendida como un conjunto de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y buscan prevenir conflictos mediante el diálogo, el respeto y la justicia.
El holocausto nos enseñó que la deshumanización del “otro” puede llevar a los peores crímenes. De ahí la necesidad de fomentar la educación para la tolerancia, el pensamiento crítico y la defensa de los derechos humanos. La diplomacia que surgió tras la guerra, por limitada que sea, muestra que los espacios multilaterales son imprescindibles para resolver tensiones internacionales sin recurrir a la violencia.
Además, el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki sigue siendo un llamado urgente al desarme nuclear. En un mundo donde aún existen más de 13,000 cabezas nucleares activas, el riesgo de una catástrofe global sigue presente y más aún en la guerra entre Rusia y Ucrania, donde nuevamente la amenaza nuclear ha resurgido. Apostar por la paz no es un lujo ni una utopía: es una necesidad urgente para la supervivencia de la humanidad.
En este aniversario del fin de la II Guerra Mundial, el mundo debe recordar no solo el dolor que la guerra causó, sino también el compromiso que muchas naciones asumieron para evitar su repetición. En un contexto internacional donde resurgen las tensiones, el autoritarismo y las divisiones, la memoria histórica se convierte en una herramienta clave para la construcción de la paz.
La cultura de paz no se decreta, se construye, y esa construcción comienza con la memoria, continúa con la educación y se materializa con políticas inclusivas, diálogo intercultural y cooperación internacional. La II Guerra Mundial nos dejó cicatrices, pero también caminos que hay que seguirlos, aprender de ellos y actuar en consecuencia es el mejor homenaje que podemos rendir a sus víctimas y el mejor legado que podemos ofrecer a las generaciones futuras.
*Colaboración de la Dra. Yoanna Shubich Green, académica de la Facultad de Estudios Globales.
Más información:
Mtra. Carolina Leticia Ibarra García
carolina.ibarra@anahuac.mx
Comité de Formación y Cultura de Paz